Osho
Y recuerda: cada situación debe transformarse en una oportunidad para la meditación.
¿Qué es la meditación? Ser consciente de lo que estás haciendo, ser consciente de lo que te está pasando.
Alguien te insulta: adquiere conciencia de qué te sucede cuando recibes el insulto.
Medita acerca de ello; esto modifica toda la estructura de la situación.
Cuando alguien te insulta, te concentras en la persona: «¿Por qué me insulta?
¿Quién se cree que es?
¿Cómo podría vengarme?»
Si el otro es muy poderoso, te rindes, comienzas a mover ligeramente la cola.
Si no es muy poderoso y lo ves débil, te abalanzas sobre él.
Pero en todo esto te olvidas por completo de ti mismo.
El otro se transforma en el foco de tu atención.
Esto implica perder una oportunidad para la meditación.
Cuando alguien te insulte, medita.
Como dijo Gurdjieff: «Cuando mi padre estaba agonizando, yo tenía sólo nueve años.
Me pidió que me acercara a su lecho y me murmuró al oído: -`Hijo, no te dejo mucho, al menos no en cosas terrenales.
Pero tengo algo para contarte, algo que a mí me dijo mi padre en su lecho de muerte.
Me ha ayudado muchísimo; siempre ha sido mi tesoro.
Aún no estás muy maduro; tal vez no entiendas lo que digo, pero consérvalo, recuérdalo.
Alguna vez crecerás y entonces podrás comprender.
Ésta es la clave que abre las puertas de grandes tesoros.»‘
Por supuesto que Gurdjieff no podía entenderlo en ese momento, pero fue esto lo que habría de modificar toda su vida.
Y su padre dijo algo muy simple. Dijo: «Cuando alguien te insulte, hijo mío, dile que meditarás acerca de ello durante veinticuatro horas y después volverás para responderle.»
Gurdjieff no podía creer que esto fuera una clave tan importante.
No podía creer que eso fuera algo tan valioso que debiera recordarlo.
Y podemos ser indulgentes con un pequeño de nueve años.
Pero, como eso fue algo dicho por su agonizante padre, que tanto lo había amado y que, apenas lo dijo, dio su último aliento, quedó grabado en él.
No podía olvidarlo. Cada vez que se acordaba de su padre, recordaba su frase.
Sin comprendería realmente, comenzó a practicarla. Si alguien lo insultaba, decía:
«Señor, tengo que meditar respecto de ello durante veinticuatro horas.
Es lo que me ha dicho mi padre, que ya no está aquí.
Y yo no puedo desobedecer a un anciano muerto.
Me quería muchísimo, y yo lo quería muchísimo a él; ahora, no hay manera de desobedecerlo.
Uno puede desobedecer a su padre mientras está vivo pero, cuando ha muerto, ¿cómo podría no hacerle caso?
Así que, por favor, discúlpeme. Volveré en veinticuatro horas y le responderé.»
Decía: «Meditar durante veinticuatro horas me ha aportado las más claras visiones de mí mismo.
A veces, he descubierto que el insulto era correcto, que eso es lo que soy.
Entonces, buscaba a la persona y le decía: ‘Señor, gracias, tenía usted razón.
No fue un insulto, sino sólo un comentario sobre algo real. Me llamó estúpido, y lo soy.’
O a veces me ha pasado que meditar durante veinticuatro horas me llevaba a darme cuenta de que se trataba de una absoluta mentira.
Pero, cuando algo es mentira, ¿por qué ofenderse?
Entonces, nunca iba a decirle a esa persona que había mentido.
Una mentira es una mentira, ¿por qué molestarse por ella?»
La contemplación y la meditación, poco a poco, lo volvieron más atento a sus propias reacciones que a las de los demás.
OSHO
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